MEJOR MUCHAS PATATAS QUE UNA:
Dicen que la idea de la rotonda nació en Francia, a principios del siglo XX, pero que la primera que se construyó fue en Gran Bretaña. en la ciudad de Letchworth. La diferencia de la rotonda con las antiguas plazas con isla central- la de L´Étoile en París, por ejemplo- es que los vehículos que quieren entrar en ella deben ceder el paso a los que ya están, y a la isla central el peatón nunca accede. Porque nada tiene que hacer ahí y porque llegar hasta la rotonda le obligaría a atravesar la calzada corriendo, con el inconveniente de que la isla central, al ser generalmente un montículo, le impide ver lo que sucede al otro lado, con lo que podría ser que viniese un coche, no lo previese y acabase bajo sus ruedas. Aun así, hay gente que cruza a las islas centrales e incluso se instala a vivir en ellas. Hace quince o veinte años leí un reportaje espléndido de un periodista norteamericano cuyo nombre no recuerdo sobre un homeless que se había instalado a vivir en una de esas rotondas. las autoridades querían echarlo, pero los habitantes de la zona le habían cogido cariño y se organizaron para que le dejasen seguir viviendo en ella.
En Europa, las rotondas empezaron a proliferar a partir de los años sesenta. Aquí, la gran eclosión fue en los ochenta y, sobre todo, en los noventa. Su gran problema son los adornos centrales. Las instituciones que las tienen a su cargo están obsesionadas en poner siempre algo en el centro de cada una. Tenemos así una gama de rotondas con un abanico estético que va desde el "carro viejuno con rueda de molino al lado" a la "escultura abstracta del prestigioso artista local". Ni que decir tiene que en el 99 por ciento de los casos el resultado es horripilante. En las rotondas, el mal gusto campa a sus anchas, y más valdría que las dejasen tranquilas, porque, así, con el tiempo, crecerían matas y arbustos, que como mínimo son menos pretenciosos y, por lo tanto, más soportables.
El otro día, gracias a Antena 3, me enteré de que en las Palmas de Gran Canaria un hombre ha limpiado de basura una rotonda- según parece, esta no tenía escultura ni ruedas de carro- y se ha puesto a cultivarla. La ha convertido en un huerto. El señor cultiva patatas, millo, lechugas, perejil y flores. Lo hace por amor al arte: lo que recoge lo regala a los vecinos. Cada día atraviesa la calzada con cuidado, llega a la rotonda y trabaja en ella durante un par de horas. No tiene ningún tipo de permiso, pero confía en que las instituciones públicas no lo echen, y que incluso le faciliten un punto de riego, porque ahora el agua la lleva él personalmente. Ya entiendo que este hombre actúa por la patilla y que, con todo el derecho del mundo, las instituciones pueden decirle que ni hablar de ponerle un punto de riego. Pero deberían considerar que, al ocupar la rotonda con su huerto, más importante que las patatas (segunda acepción del diccionario de la RAE)que cultiva y regala a los vecinos es el hecho de que impide que las autoridades puedan colocar ahí ninguna patata (cuarta acepción del mismo diccionario) creada por la mente de algún artista iluminado.
Quim Monzó en el Magazine del 29 de Abril del 2012
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